La Copa Terapia

11:32

Cuando ya todos pensábamos que la constancia era solamente un cuento inventado que nos contaban cuando cabro chico para convencernos que cepillándonos los dientes todas las noches y levantándonos todos los sábados a scout nos convertiríamos en dioses con superpoderes sociales, llega esta entrada nueva en el blog de la pola, para acallar todas las críticas y las reflexiones subversivas que ponen en riesgo la estabilidad social.



Esta entrada va a ser bien distinta a las anteriores, decidí pausar un poco el desafío de los dibujos porque siempre que se me ocurría qué dibujar eran las 4 de la mañana y estaba recién acostada, con los lápices guardados, el computador apagado y finalmente la culpa de despertarme a las 2 de la tarde el día siguiente le ganaba a la inspiraçao.

Y como es difícil ganarle a los hábitos, aquí me encuentro despierta a las 3 de la mañana, recién acostada y con los lápices aún guardados, pero con el computador prendido y sin mucho que hacer mañana. Así que me motivé, y aunque puede que este post no tenga dibujos, hay más contenido en mi piscina interior que solamente monitos y los quiero invitar a zambullirse.

Durante estas semanas de paro de la universidad he tenido más tiempo libre y me han pasado tanto cosas buenas como cosas mariconas no tan buenas, y eso, sumado al tiempo que sobra, me deja un espacio bien grande para pensar (después que se arreglan las cosas) sobre cómo uno actúa frente a las situaciones que vive. El diagnóstico fue claro y tajante: soy lo peor a la hora de enfrentar problemas y mi tolerancia a la frustración se encuentra cercana a la nulidad.

Lo cuático fue plantearle esta conclusión a la gente que me rodea y recibir de vuelta un “sí po”, un “ahora que lo pienso tienes razón” y un “recién te dai cuenta?”. Amables respuestas que, bajo mis estándares pre-científicos, comprueban mi hipótesis.

Pero habiendo pasado hace poco por un problema de mediana importancia –y al haberme visto anulada por la crisis– sentí una urgencia increíble por dejar de llorar y pararme ante la adversidad como todos mis compatriotas que han sido apedreados por la cruel vida y han encontrado en sí mismos la fuerza y la garra para levantarse y doblarle la mano al destino.

Eso sí, entre la flojera y mi reavivada pasión por el fútbol que implicó la Copa América, me costó mucho empezar y para alguien que quiere superar su intolerancia a la frustración, es bastante difícil enfrentarla de un día para otro. Como cuando te cae mal un pastel de choclo y ahora te da asco comer, pero sabes que tienes que luchar contra tu instinto porque es demasiado rico y no puedes comprender un mundo sin tan suculento manjar en tu dieta.

Tampoco sabía cómo aprender a tolerar la frustración. No es algo que te enseñen en el colegio, ni en la pega, ni en la tele, tení que aprender solo y ahí volvió el problema, aprender solo... puta que es complicado cuando se parte de cero y te tení que motivar solo. Pero ahí, completamente de la nada, tan instantáneo como un flash eléctrico, que te puede matar, llegó a mi la iluminación universal y la respuesta a mis conflictos.

Para contextualizarlos: me encontraba sentada en el sillón del living con mis papás, mi hermano y mi sobrina, todos reunidos alrededor de la tele esperando el resultado del partido Chile-Uruguay en cuartos de final de la Copa América (ayayay). Todos sabíamos lo difícil del partido, la importancia del contexto y lo crucial del resultado. Teníamos todos la raja a dos manos y el corazón en la garganta. 

Este fue mi pronóstico de los resultados antes del partido con Uruguay.

Nunca había estado tan nerviosa en un partido, probablemente porque las veces anteriores siempre me convencía a mí misma que no era tan importante si perdíamos. Mi alma no sufriría por no ganar, pero tampoco lloraría de alegría si lo hacíamos. El objetivo era evitar a toda costa las emociones desbordantes y la posibilidad de sufrir, siempre piola, cerrar los ojos cuando salía el demonio que te asustaba en el cine, meterse a la piscina por la escalera, no ir a fantasilandia, etc.

Pero ahora mi cuerpo y mi mente eran uno con la Roja, no quería estar piola, así que me dio lo mismo, me emocioné por la selección y estaba lista para vivir el partido... excepto que el nerviosismo era demasiado grande, una vez más no podía enfrentar una situación de alto estrés y la guata se me empezaba a retorcer. Y me preguntaba por qué me hacía pasar por ese momento de mierda, por qué alguien elegiría sufrir por un deporte.... entonces cuando disponía a convencerme que el fútbol no es tan importante y que ganemos o perdamos, al otro día igual hay que seguir con la vida, me di cuenta que era imposible desligarse emocionalmente, o por lo menos, que no quería hacerlo. No quería cerrar los ojos, ni bajar por la escalera, quería dejar de tiritar y poder mirar el partido con la cabeza concentrada y atenta a las jugadas.

Y fue así como me cayó la teja: si es que iba a poner a prueba mi tolerancia a la frustración, ¿qué mejor que hacerlo con ese partido? Ya estaba lo suficientemente involucrada para sufrir el resultado, el partido duraba más de 90 minutos –una cantidad de tiempo desafiante para la calma– y lo mejor es que era solamente fútbol... no tendría ninguna repercusión trágica o realmente dañina para nadie, íbamos a estar muy tristes un par de semanas pero como siempre perdemos, lo superaríamos.

Era la situación de estrés perfecta y el desafío era quedarse sentada todo el partido, con la cabeza fría y atenta a las jugadas, comprometida con el partido, sintiendo toda la incertidumbre y la dificultad pero sin hacerme bolita.

Y nos fue bien, no digo que haya sido por mi actitud recientemente implementada, pero ayudó mucho que nos fuera bien (gracias Huaso Isla), hablé todo el rato con mi hermano preguntándole cosas técnicas sobre las jugadas, me imaginé posibles pases para lograr meter un gol, logré entender cuando los weones estaban adelantados o cuando era falta y mirándolo en retrospectiva, puta que lo pasé bien en el partido. Sufrí, me compliqué y me asusté, pero, como nunca, pude mirar atrás y agradecer por ese recuerdo – en vez de las otras veces que recordaba una crisis y solo quería olvidarme de la wea.


Así fue como llegué al concepto de la Copa América como terapia, como método para mejorar debilidades de carácter que nunca en mi vida me atreví a intervenir y siento que fue una buena técnica. Tampoco digo que un partido de fútbol se compara a alguna situación de mierda donde sí tienes mucho que perder, pero para alguien como yo que creo que todo el mundo me quiere cagar y que la adversidad me paraliza, es un gran acercamiento a aprender cómo lidiar con los problemas y las emociones que conllevan. 

Ya saben ya: si tienen el mismo problema que yo y no saben cómo tolerar mejor la frustración, los invito a encontrar su pasión culpable e inútil que no signifique una apuesta o un riesgo real en su vida, pero que puta que les guste y vivan con pasión eterna. Lo que es yo les recomiendo a la selección, porque ser chileno es bastante poco conflictivo Y SOMOS CAMPEONES y se viene la Copa América Centenario el otro año, junto con las clasificatorias para el mundial en octubre, así que nos toca más de una vez de nuevo con Argentina o Uruguay uyuyuy.

Y esa fue mi historia de cómo la selección me cambió la vida y me hizo mejor persona. Aunque sea el opio del pueblo, discriminador o heteronormado, es fácil de entender, fácil de querer y una muy buena terapia.

Me despido mandándole mucho amor a todos y Sachei... Chile campeón.


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